Son muchas las veces que me pregunto hasta qué punto el acento o los localismos, por ejemplo, marcan la vida diaria de una persona. Aquellos que hayan leído mis entradas habrán notado que uso la fórmula de cortesía para referirme a la segunda persona del plural. Vamos, que sustituyo el vosotros por el ustedes. Y es que soy, sin duda, canaria. Me siento muy orgullosa de serlo, al igual que me siento orgullosa de ser española. Soy amante del español, pero también de las variaciones dialectales del español, y reconozco que todas las variaciones que existen en España me parecen igual de interesantes. Y no sólo las que existen dentro de nuestras fronteras sino más allá de ellas, las que incumben a todos los hispanohablantes.
Todo lo que implique el enriquecimiento de una lengua es positivo. Es por ello por lo que me sorprende el radicalismo de algunas personas hacia las variedades de la lengua española. Sin ir más lejos, hoy mismo leí un artículo de opinión en el periódico La Provincia que me dejó un poco patidifusa (les dejo el enlace al final de la entrada). En él, se explica el caso de una profesora que censura a sus estudiantes y que trata de estandarizar la lengua al máximo, llegando al punto de prohibirles hablar con nuestro particular acento y de usar nuestras curiosas palabras. ¿Es acaso nuestra forma de hablar incomprensible? ¿Acaso cree esta señora que la forma de hablar es motivo de discriminación? ¿Considera que los canarios somos un grupo de hablantes domesticable?

En un mundo como el de la traducción y la interpretación, es inevitable toparse con hablantes de todo el mundo. Las especificidades de cada encargo determinan el estrato de la lengua que va a emplearse para que la comunicación sea, cuanto menos, exitosa. Creo, por ejemplo, que si me trasladase a vivir a México y tuviese que hacer una traducción para un público mexicano tendría que documentarme, evidentemente, para lograr esa comunicación exitosa de la que hablamos. Pero no por este motivo consideraría mi aportación menos valiosa, sino que sería una manera de acercarme más y de indagar más en la lengua que me vio nacer.
En definitiva, la lengua y las variaciones dialectales son, sin duda, amigas. Son enriquecimiento, cultura, diversidad. No deberíamos censurarnos ni a nosotros mismos ni a los demás. No tiene más derecho sobre el español un hablante que vive en Toledo que uno que vive en Santiago de Chile.
La lengua es y será siempre de todos los hablantes.
¡Gracias por leerme y hasta la próxima entrada!
Paula
Hola, Paula:
Primero que nada, ¡felicidades por el nacimiento de tu blog y mucho ánimo para el camino que tienes por delante! Acabo de leer el artículo de La Provincia y lo primero que me vino a la mente fue una canción que canta Braulio (http://www.youtube.com/watch?v=M48VotYT4GI) y que debería escuchar la señorita profesora aludida. La canción lo dice todo 😉
Saludos y mucha suerte en tu camino futuro 🙂
¡Muchas gracias Marie-Claire!
La canción le vendría de perlas a esta señora y como diríamos por aquí también «¡Arráyese un millo!».
Por cierto, necesito el enlace de tu blog para poder leerte 🙂
Saludos,
Paula