Como a muchos de los traductores profesionales de hoy en día, me gusta estar al corriente de las novedades en el mundo de la traducción. Las redes sociales como Facebook o Twitter son una maravillosa manera de saber cuáles son las últimas herramientas y recursos para nuestro trabajo. Además, favorecen la relación entre traductores, ya que, por circunstancias propias de este oficio, no somos un gremio en el que nos relacionemos a diario. Los freelance, entre los que me incluyo, tendemos a hibernar al calor de nuestros ordenadores portátiles, haciéndonos visibles en congresos o encuentros culturales, que abrazamos como nuestro contacto más cercano con un mundo al que pertenecemos tibiamente para unos, de lleno para otros.
Cuanto más se mete uno de lleno en el mundo de la traducción, más sorprendido queda con la feroz pelea que se desata entre compañeros de profesión en casi cada uno de los foros y conversaciones que se abren en las redes sociales. Las tarifas suelen ser el campo de acción preferido de algunos compañeros que, aquejados de la horrible lacra de la soberbia, acuden ansiosos para responder con insultos, faltas de respeto y sugerencias que de poco ayudan a quiénes plantean sus preguntas en estos medios.
Supongo que es un sentimiento que comparto con otros muchos traductores y que sería útil empezar por ver la paja en el ojo propio. Por ello,lanzo una propuesta abierta a todos mis colegas de profesión: traduzcamos, no juzguemos. Recomendemos, sin imponer, nuestra opinión.