Me encanta viajar. Como a muchos de mis colegas traductores, viajar me apasiona y es una de mis maneras favoritas de mantener vivas mis dotes de supervivencia y mis dotes lingüísticas. De forma inevitable, guardo entre mis enseres personales el inglés, herramienta de comunicación y salvador indiscutible del pellejo en países en los que (por desgracia) no hablo la lengua local.
El inglés me ha salvado de más de un apuro. Mi último viaje a Tailandia es el ejemplo ideal de esta afirmación. El tailandés (o thai) es un idioma hablado por pocos españoles y el inglés se convierte en estos casos en una lengua vehicular. El Centro Cervantes define una lengua vehicular como «la que se emplea como vehículo de comunicación en una comunidad de habla donde existe más de una lengua posible. Dicho de otro modo, es la lengua de intercomunicación entre distintos colectivos lingüísticos». La definición permite entender el porqué de esta entrada. Y es que toda lengua sujeta al vapuleo de distintas comunidades lingüísticas sufrirá, sin duda alguna, magulladuras de distinto grado.
No es raro encontrarse carteles en español con errores ortográficos que harían chillar como un descosido a Francisco Umbral. Los carteles de esta guisa se pueden encontrar en cualquier esquina y en cualquier barrio del imperio hispanohablante moderno.
Si el imperio hispanohablante es extenso hoy en día, el inglés lo es diez veces más, llegando hasta tierras tan lejanas como el antiguo imperio de Siam. El inglés se codea entre los tailandeses y camboyanos como uno más. Es la lengua que les permite, en muchos casos, ganarse el pan de cada día. Es el idioma que te sube al tuk tuk, el que te pone un pad thai en la mesa, y el que te compra un elefante de madera en el mercado de Chatuchak. La comunicación es necesaria, claro está. Pero los vendedores del mercado o los conductores del tuk tuk no tienen porqué contar con un título en filología inglesa, sus necesidades son comunicativas. Vender es lo importante para ellos, y en muchas ocasiones, el inglés se lleva la peor parte de esta realidad. Durante mi viaje, leí menús con errores, me subí a taxis en los que las tarifas eran incomprensibles en inglés, reservé habitaciones en hoteles con mapas plagados de erratas.
En este hotel (por cierto, uno de los mejores de Bangkok y de mi visita, a pesar de esta errata), el mapa nos indicaba que estábamos «hear», en vez de «here». Todo sin mencionar que cuentan con un «fire extinguishen» que seguro nos ahorraría un disgusto, a pesar de mi deseo de prenderle fuego al cartel.
Comer es una odisea en Tailandia, no sólo por las especias y el plato «no name», sino también por las curiosas maneras de escribir las exquisiteces que sirven en los locales de sitios como Chiang Mai. En esta hermosa ciudad del norte nos topamos con el cartel de un restaurante que suponemos ofrecía «hamburgers» y «tasty snacks» a su manera.
El inglés se desangra cada día un poquito más en Tailandia sin que pueda evitarse. Pero ¿quién puede culparles? El hecho de que usen el inglés es una bendición para los turistas, quienes nos beneficiamos de esta comunicación. Los errores son un dolor para traductores y lingüistas, pero poder compartir tan graciosas erratas es también uno de nuestros hobbies favoritos.
¡No dejéis de visitar Tailandia, es un país increíble!